FUNDACIÓN MADEINTARIFA

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12/28/2019

TESTIMONIO DE TIFFANY, VIAJE NOVIEMBRE 2019

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DHANYEVAD



​

Han pasado 13 días desde que volví a pisar España después de conocer India y
todavía me cuesta poner mis sentimientos, vivencias y experiencias en palabras.
Mucha gente me pregunta por el viaje, me piden que les cuente cosas... y lo intento,
la verdad que lo intento, pero me da la sensación que todo lo que digo se queda
corto, muy corto, y que soy incapaz de explicar como se siente mi corazón.

​

Virginia, la creadora del proyecto, y un ser maravilloso cargado de luz, nos decía: “el
viaje empieza cuando volváis a casa” y no podía tener más razón. Esos 15 días que
estuvimos en India se percibieron como 2 meses. Todas las vivencias que
experimentamos en un día no podían caber en 24 horas, era imposible.Y más
imposible era poder asimilarlas a tiempo real. Lo único que podíamos hacer era
estar abiertas a dar y a recibir, sobretodo a esto último.

Fuimos a India a dar, y recibimos muchísimo más, recibimos lo inesperado, recibimos amor puro,
hospitalidad, calidad humana, abrazos, positivismo, ilusiones, sueños, sonrisas... y
créeme si te digo que todo eso tiene mucho más valor que cualquier otra cosa en el
mundo.
Nos encontramos en el aeropuerto de Madrid un 9 de noviembre de 2019, 12
personas desconocidas. Cada una cargando con su vida y sus sueños, pero todas con
una maleta de 23 kg cargada de ropa y juguetes para los niños (a excepción de
nuestra querida y divertida Tamára que llevaba dos!) y un único objetivo en común;
y lo más importante, confiábamos plena e incondicionalmente en el proyecto Happy
Inside y en Virginia, y puedo decir a día de hoy que no nos equivocamos en absoluto.



​
Es más, lo supe desde mucho antes de subirnos al avión camino de Delhi. 12
personas que con el paso de los días me robaron cada una un trocito de mi corazón y
no tengo duda de que se lo han quedado para siempre.
Llegamos a Delhi después de 9 horas de vuelo, la emoción se nos salía por todos los
poros de la piel, y la primera bofetada no tardó en llegar. Una niebla gris invadía la
ciudad, olores nuevos, cláxones sonando por doquier sin parar, coches y motos en
todas direcciones, gente, mucha gente, niños y famílias enteras viviendo en las
medianas de las carreteras...

Esa imagen quedará por siempre tatuada en mi retina.
Esos niños son de la casta de los Intocables, los Intocables en India son “impuros”,
discriminados por su casta, sin derecho a nada. Niños engendrados para ser
vendidos a la mafia, destinados a vivir en la calle, drogados para no tener que ser
alimentados, obligados a pedir, andando por entre la caótica marea de coches,
motos y tuk tuk, prácticamente sin ropa y con una mirada que te atraviesa el alma
como un cuchillo recién afilado. “No les déis dinero” nos aconsejaban. “Ese dinero va
para la mafia”. Así que no dudamos en darles todo lo que llevábamos de comida
encima, cualquier cosa valía, cualquier cosa que nosotras ya éramos incapaces de
llevarnos a la boca, el estómago se había cerrado, la realidad nos había golpeado en
la cara y por primera vez, y por el resto de los días, el agradecimiento por la vida que
habíamos tenido la suerte de tener asomó por nuestros ojos a modo de lágrimas.

Estuvimos dos días en Delhi, dos días en los que tuvimos el primer contacto con
India y con su espíritu, con su gente, sus vacas sagradas, su basura en las calles, su
aire irrespirable, su calle principal llena de tiendas con sus tenderos ansiosos por que
te acerques, saludarte y darte la bienvenida a su país. Dos días en los que visitamos
lugares preciosos, el templo de Akshardam y su impresionante espectáculo de luces,
la tumba de Humayun envuelta en un halo grisáceo que todavía la embellecía más,
el Templo del Loto al que no pudimos entrar pero vislumbramos asombradas desde
el exterior...

Y llegó el momento. Virginia nos “bautizó”, así lo llamamos entre risas, nos puso
nuestro primer bindi, y ya no hubo día en el que no salímos sin él. El caos y la belleza
íban de la mano en India, y nosotras nos adentramos en sus entrañas con el alma al
descubierto, en la comida picante y sus sabores incomparables, sin saber todo lo
maravilloso que todavía estaba por venir.
Al tercer día partimos hacía Agra, nos esperaban 4 horas de carretera con dirección a
un sueño, y aquí hablo a título personal. Nos íbamos alejando de Delhi, la nube gris
se iba desvaneciendo, y a través de la ventana íbamos descubriendo India en
silencio. La aventura solo acababa de empezar.

No quiero seguir sin hablarte de Pauan (probablemente se escriba de otra manera).
Pauan era nuestro chófer, quien condujo durante 5 días durante muchísimas horas.
Un hombre con un corazón enorme, que no paraba de toser a causa de un catarro
gordo que llevaba encima y que nos esperó durante horas mientras nosotras
descubríamos su país.
Llegamos a Agra. El impresionante Taj Mahal se hacía de rogar y no dejó ver ni un
trocito de su mármol hasta que cruzamos la puerta principal y lo vimos allí, al fondo,
blanco, bello, como la lágrima de mármol más hermosa de la tierra. Las veces que
había imaginado en mi cabeza ese momento fueron miles, pero la realidad fue tan
abrumadora que no pude evitar emocionarme. Por fin estaba allí, y pude sentirlo en
lo más profundo de mi ser.

No nos fuimos de Agra sin antes pasar por la fábrica de mármol de los descendientes
directos de los constructores del Taj Mahal. Unas personas maravillosas que nos
recibieron con chai, nos explicaron como fabricaban topo de tipo de cosas con ese
mármol que solo se encuentra en India, como pulían las piedras y las incrustaban en
el mármol para fabricar unos objetos tan preciosos y a los que muchas de nosotras
no nos pudimos resistir.
Partimos hacia Jaipur esa misma tarde. Nos esperaban 4 horas más de carretera,
durante la noche, y en las que creímos morir en más de una ocasión. Se nos olvidaba
que en India controlan el orden dentro de su caos como los occidentales seríamos
incapaces de hacer.


Y por fin llegamos a Jaipur, la famosa ciudad rosa. Su muralla y todas las casas son de
ese color. En 1905 el Príncipe de Gales y la Reina Isabel visitaron esta ciudad como
parte de su recorrido por el famoso Triángulo Dorado de la India. Cuentan que el
color rosa, el cuál simbolizaba la hospitalidad para los dirigentes de Jaipur, fué el
referente que impulsó al Maharajá Ram Singh a ordenar a sus súbditos que pintasen
las fachadas de los edificios más importantes, especialmente aquellos cercanos a los
templos y fuertes, en color rosa para recibir a los visitantes.

Entre fachadas de color rosa y calles llenas de bazares, de color, de vida y de energía,
visitamos el Fuerte de Amber, con su espectacular vestíbulo de espejos y sus
laberínticos pasillos y vistas a la muralla, vimos a muchos elefantes y abrazamos con
respeto a uno de estos enormes paquidermos, nos hicimos fotos en las escaleras
infinitas de un templo cercano al fuerte, visitamos el City Palace y nos maravillamos
con sus cuatro bellas puertas que simbolizan las cuatro estaciones, pasamos por
delante del Palacio de las mil ventanas, y del Palacio Jal Mahal situado en mitad del
lago, nos llevaron a una tienda maravillosa donde había miles de telas preciosas y
donde nos recibieron con un delicioso chai, fuímos a la espectacular Patrika Gate,
donde nos hicimos miles de fotos estrenando los saris que habíamos comprado en la
tienda de telas, y hasta nos colamos en el hotel más caro de India!!! Un antiguo
Palacio reformado en hotel, que tenía en el interior un vagón de tren de estilo
victoriano hecho restaurante, y de donde no pudimos irnos sin tomarnos algo! A
pesar de la espera del bueno de Pauan...

No había rincón donde mirásemos que no nos pareciera una auténtica belleza, y una
sorpresa tras sorpresa que Virginia había preparado con tanto cariño y cuidado hacia
nosotras que terminó de ganarse nuestro corazón para siempre. Mientras Pauan nos
llevaba de un sitio a otro Virginia y Sarani, a quién te presentaré a continuación, nos
contaban anécdotas de sus viajes a India y nos explicaban cosas de la cultura hindú y
de sus costumbres. Sarani, una mujer argentina afincada en Tarifa nos acompañaba
en el viaje. Iba a ser nuestra profesora de yoga durante 5 días, pero fué mucho más
que eso. Fué enseñanza, sabiduría, pureza, amor y mucha paz.
Para este punto del viaje ya habíamos aprendido algunas palabras en hindi, entre
ellas Dhanyevad (Gracias) que logramos recordar gracias a nuestra querida Cristina,
que recordó que tenía un compañero del colegio que se llamaba Dani Abad, y
gracias al pobre chico ya no se nos olvidó la palabra! Pero había algo que no
habíamos logrado entender todavía... El cambio de rupis a euros!! Llevábamos 5 días
en India y sólo teníamos claro que un 1 euro eran 76 rupis, y te dirás, tan fácil como
sacar la calculadora y hacer la división... Pues al final optamos por algo más fácil, no
podíamos perder el tiempo en eso, así que optamos por redondear y añadirle dos
números a la primera cifra, es decir 300 rupis serían 5 euros, 500 serían 7 euros y así
sucesivamente. Teniendo en cuenta que los billetes nos parecían todos iguales y
tardábamos un tiempo considerable en discernir un billete de otro.


Salimos de Jaipur rumbo a Pushkar. Cada vez se hacía más complicado montar el
tetris de maletas en la furgoneta. Empezaba la segunda parte del viaje, y la más
emocionante. Estábamos ansiosas por llegar a la aldea, conocer a los niños y
entregarles todos los kilos de ropa, material escolar y juguetes que habíamos
recolectado entre todas. Ahora tocaba trabajar, por esos niños, la razón principal por
la que estábamos allí. Los 5 días anteriores nos habían servido para adentrarnos en
el mundo de India, en su cultura, en sus maneras... habíamos experimentado unas
vivencias y habíamos asimilado ciertas cosas indispensables para encontrarnos con
esos niños, entenderles y poderles ofrecer toda nuestra ayuda. Llegamos a Pushkar
por la noche. El Country Side Resort donde nos íbamos a alojar durante una semana
no podía ser más bonito. Nos despedimos de Pauan con agradecimiento infinito.
Eva, mi roomate y confidente durante todo el viaje, y a la cuál quiero infinito, tenía
ganas de juerga y en menos de un día cambiamos dos veces de habitación. Sí,
después de haber sacado ya las cosas de la maleta! Confieso que en ese momento la
quise un poquito menos. Aquella noche conocimos a Surya, un chico indio joven,
encantador y sonriente las 24 horas del día.

A la mañana siguiente tocaba visitar la escuela Happy Inside y conocer a los niños. El
recibimiento que nos prepararon fue precioso. Fue un momento muy especial para
todas nosotras, un momento que habíamos esperado durante meses, que nos llenó
de felicidad y emoción hasta el último poro de nuestra piel. Los niños estaban
excitados, nos pintaron un bindi, nos preguntaban nuestros nombres sin parar para
aprendérselo bien y nos repetían el suyo, nos tatuaron las manos con henna, nos
enseñaron cada rincón de la escuela, jugamos con ellos, reímos, nos abrazamos...
hasta que llegó el momento de irse, en ese estado de shock, yo lo llamaría “happy
shock”. Nos adentramos en la aldea, con todos los niños acompañándonos, y
llegamos a la casa de una família que nos estaba esperando con los brazos abiertos.
El abrazo que le dieron a Virginia nos bastó para saber que allí íbamos a ser muy
queridas. Nos prepararon chai, algo a lo que ya nos habíamos acostumbrado y que
cada día nos gustaba más. Estaba delicioso!! Una mujer vestida de rojo, sentada en
el suelo y con una sonrisa permanente nos invitó una por una a sentarnos a su lado,
nos puso otro bindi, nos pintó la raya del ojo y nos pintó las uñas. Esa mujer que no
tenía prácticamente nada compartió su único bote de laca de uñas con todas
nosotras, un gesto que a priori pasamos por alto pero que nos dejó sin palabras en el
momento en el que nos dimos cuenta. No sabría describirlo pero estar sentada allí
con esas mujeres de mirada tímida y curiosa a la vez, sonrisa permanente, vestidos
coloridos, y rodeada de la mitad de los niños de la escuela mirándonos rebosando de
felicidad, puede que haya sido uno de los momentos más reveladores de mi vida.

Después nos enseñaron la aldea, y paseando entre sus calles otro momento
conmovedor apareció ante nuestros ojos, y la cara de Virginia no podía expresar
mayor emoción. Inki, el niño sordomudo que a penas unos meses atrás no se
comunicaba con nadie de ningún modo, le estaba contando a Virginia con gestos que
él alimentaba a un gatito que se nos había cruzado por entre las piernas. La emoción
de Virginia tenía una razón lógica. Ella misma le había llevado en el último viaje una
mochila cargada con las cosas necesarias para que el niño pudiera ir a estudiar a una
escuela especial. Y no hay duda de que lo hizó. El cambio era abismal y ese niño por
fin podía comunicarse.

Cargadas de emoción nos fuimos de la aldea con el corazón en un puño, las lágrimas
a flor de piel y un silencio que nos costaba romper. Esa misma tarde Virginia y Sarani
nos enseñaron Pushkar, su calle principal, sus bazares, un templo, el lago, los
mejores sitios para comer, tomar un chai o un zumo de frutas, y el camino hasta el
hotel... He de confesar que me enamoré de esa ciudad hasta las trancas.
Pero no nos podíamos olvidar de una misión importante. El lunes volvíamos a la
escuela Happy Inside para realizar los talleres, y el miércoles tocaba hacer la entrega
de ropa y material, y el baile!!! Llevábamos semanas pensando en los talleres y
preparándolos, y teníamos el fin de semana para ensayar el baile y para cumplir con
“la prueba de Pekín Express”, o también podríamos llamarla “la prueba Happy
Express”!! Por un lado conseguir el mayor número de zapatos para que ningún niño
siguiera descalzo. No te he dicho antes que una de las cosas que más salían por su
boca el primer día que les conocimos era “shoes”.... Esos niños necesitaban zapatos
por encima de cualquier cosa y no podíamos irnos de allí sin ver a esos niños
calzados. Por otro lado, conseguir cajas de zapatos para el taller de los juegos de
cartón, botellas de plástico y todos los tapones posibles para el taller de reciclaje de
plástico, pegamento, tijeras, cúter, y todo lo necesario. Lo más complicado fueron los
zapatos, el tendero nos dijo que en dos días los conseguiría y que volviésemos para
entonces. Eso nos dejó tranquilas, todavia teníamos tiempo hasta el miércoles.


El sábado y el domingo teníamos cita 6 de nosotras para un masaje y diagnóstico de
medicina ayurvédica que nos recomendó nuestra “chachi” (jefa) particular, o “la
princesa de Pushkar” como la llaman allí, y no es para menos. Ibamos a ir por turnos.
A Eva y a mí nos tocó ir a las 15h, así que despúes de comer como un embudo (hay
que recalcar que en India se vive otro ritmo, mucho más calmado, lo cuál se
agradece en algunas ocasiones), salímos corriendo hacia el hotel donde nos íban a
recoger y llevarnos a la clínica. Cuando llegamos al camino de tierra que nos llevaba
hacia el hotel, un señor en moto parado nos empezó a hablar, cosa normal en India.
La gente te habla, te saluda, te da los buenos días, la bienvenida, se quieren hacer
fotos contigo, es como si fueras famoso, sobretodo se querían hacer fotos con María
y Cris, rubias, guapas y unos soles de personas, eran las ligonas del grupo!.... Ilusas
de nosotras y sabiendo que íbamos tarde y nos estarian esperando en el hotel no le
hicimos mucho caso, a lo que el señor dijo con un tono de voz un pelín más elevado,
con la intención de llamar nuestra intención definitivamente: “I'm the doctor!”. Os
podéis imaginar nuestra cara. Ese señor era el doctor mismo! Que había venido a
recogernos en moto a las dos. Eso suman tres personas, en moto, sí, y sin casco.


Pero eso en India es lo más normal del mundo. De hecho llegamos a ver en una
ocasión hasta 6 personas montadas en moto. Ver a 3 y 4 personas en una misma
moto era lo lógico y normal el 80% de las veces. Y allí que nos subimos, meadas de la
risa, con nuestro bindi y felices de la vida. Puede que parezca una locura, pero
sabíamos a la perfección que allí estábamos seguras.
El masaje Shirodara fue otro nivel, fue levitar casi literalemente y llevarte a la
relajación más profunda. Jamás había experimentado nada igual. Cuando
terminamos el doctor nos llevó de vuelta al hotel y nos unimos a nuestras
compañeras que ya estaban involucradas al 100% preparando los talleres.


A las 19h habíamos quedado con Virginia y Sarani. No teníamos ni idea de donde
íbamos a ir, pero había algo de lo que sí estábamos seguras, sabíamos que fuésemos
donde fuésemos no nos iba a dejar indiferentes. Nos llevaron a una especie de patio
interior, donde la gente estaba sentada alrededor y en el centro había un grupo de
personas, los hombres preparados para tocar varios instrumentos y las mujeres para
bailar. Llevaban unos vestidos espectaculares. Era la primera vez que veía danza
india en directo y tan de cerca. A los pocos minutos y sin esperarlo nos encontramos
bailando con ellas, la experiencia fue extraordinaria. Eran una família de gitanos
nómadas que se dedicaban al espectáculo, y lo mejor de todo era que al día
siguiente íbamos a su casa, en pleno desierto de Rajastán. Como te habrás dado
cuenta, los recibimientos en India son como rituales. Nos recibieron con flores y una
vez más con un delicioso chai. Nos enseñaron su escuelita, les dimos ropa (la
mayoría de los niños no llevaban parte de abajo e iban medio desnudos, sucios y con
la cara llena de heridas). Ver sus ojos llenos de felicidad y gratitud al probarse la ropa
y ver como ya no se la querían quitar fue una mezcla entre tristeza y felicidad difícil
de describir. Nos enseñaron sus chabolas, lo poco o casi nada que tenían, su vaca
sagrada de 5 patas y una vez más nos fuimos de allí cargadas de amor.


Esa misma tarde nos esperaba otra sorpresa. De nuevo quedamos a las 19h en el
Hotel, pero esta vez salimos con Surya y en dirección contraria a la que solíamos ir.
Anduvimos en la oscuridad durante unos minutos. Eso puede que no tenga mucha
transcendencia en occidente, pero en India puedes encontrarte una deposición de
vaca cada tres metros aproximadamente, y no suelen ser de tamaño reducido. Con
lo cuál, si unes oscuridad con excrementos, ya sabes lo que puede ocurrir.
De camino hacia no sabíamos donde, escuchábamos música, nos encontramos con
gente que iba en la misma dirección, vimos luces al fondo.... estábamos
desconcertadas, hasta que Virginia se giró y gritó: “Es una boda!!!” El grito que
dimos se escuchó en todo Pushkar mínimo! Estábamos deseosas de encontrarnos
con una boda india y nos habían invitado a una de ellas! No podía ser verdad!
Entramos, flipamos con el lujo que había derrochado allí, comimos comida muy
picante, bebimos agua no potable, bailamos hasta caer rendidas, nos hicimos miles
de fotos con los invitados... sin duda uno de los momentos más mágicos del viaje. Y
no fue la única boda que vimos. Nos explicaron que el mes de noviembre es el mes
de las bodas en India y en Pushkar había casi una a diario y como duran tres días se
solapaban unas con otras, con lo cuál Pushkar era una boda constante! Y esa no fue
la única a la que nos unimos!


Al día siguiente nos esperaban los niños de la escuela Happy Inside para recibir los
talleres. Era lunes y todavía no habían llegado los zapatos a la tienda. Nos montamos
en el tuk tuk como cada día. Sentarse en la parte trasera era como estar viendo una
película en pantalla panorámica. Adela, quien visitaba Pushkar y la escuela Happy
Inside por segunda vez, solía ir de pie agarrada en la parte trasera del tuk tuk, bajo la
preocupación de las que la observábamos. Pero ella se sentía feliz y libre así, y eso es
lo que más importaba. Sabíamos que no iba a ser fácil impartir los talleres, eran
muchos niños excitados y estábamos nerviosas, pero todo salió mejor de lo que
podíamos imaginar. Impartimos talleres de reciclaje de plástico y cartón para
construir juguetes, y la respuesta de los niños y la profesora fue maravillosa.

Después volvimos a la aldea y les llevamos gafas graduadas a la gente mayor. Esther
había conseguido recolectar 30 gafas graduadas. Había una señora muy mayor,
aunque nos dijeron que quizá tuviera 70 años pero aparentaba muchos más, que
llevaba unas gafas con solo un cristal, rotas, completamente hechas polvo. Ver su
cara de felicidad al probarse gafas nuevas y comprobar con cual veía mejor, sin saber
ni siquera que graduación tenía o necesitaba, fue emotivo a más no poder. Y otro de
esos momentos reveladores en los que te das cuenta de que la barrera del idioma
solo es una barrera si tú permites que lo sea. Esas mujeres no hablaban inglés pero
no nos hacía falta para entendernos, sus ojos lo decían todo.

Esa tarde la aprovechamos para explorar Pushkar, sus calles, sus tiendas, su lago, sus gentes... y
nos enamoramos aún más si cabe. Me fuí con Irene y Ari, dos malagueñas a las que
si pudiera me las metía en el bolsillo y me las llevaba a mi casa. Paseamos por todo
Pushkar rodeando el lago, nos quitamos y pusimos los zapatos mil veces, sobretodo
Ari que le faltó poco para dejarlos por ahí y seguir todo el camino descalza!
El martes fuimos a Ajmer a visitar un centro de discapacitados. Nos recibieron de
manera brillante, sonrientes y agradecidos, y nos encontramos con un centro
precioso, cuidado con mucho cariño. Visitamos a los niños y también adultos del
centro, compartimos un rato con ellos, les llevamos gafas de sol, jugamos con globos
y pompas de jabón, y nos enseñaron el taller donde fabrican todo tipo de cosas,
desde libretas con material reciclado, llaveros, marcos de fotos, cuadros, hasta
fundas para cojines y bolsos. De nuevo salimos del centro con el corazón en un
puño. Cada día que vivíamos estaba cargado de emociones, una tras otra, de
bofetadas en la cara, de consciencia, de calidad humana pero sobretodo de
agradecimiento y mucho amor.

Al regresar a Pushkar teníamos que cumplir con “la prueba Happy Express”!!! Era
nuestra última oportunidad para conseguir todos los pares de zapatos que
necesitábamos, pero la decepción llegó cuando nos dijeron en la tienda que no
habían llegado... Solo teníamos una solución, repartirnos y buscar por todas las
zapaterías y comprar todos los zapatos que pudiésemos. Y así lo hicimos, a pesar de
la sorpresa y falta de entendimiento de los vendedores. Nosotras no hacíamos más
que pedir “More, more! We need more shoes!” y solo nos sacaban uno o dos pares
como mucho. Se agolparon todos los vendedores de las tiendas de alrededor para
ver que estaba pasando y por qué estaban unas guiris metidas literalemente dentro
de la tienda abriendo todas las cajas de zapatos, hasta que les explicamos para qué
eran esos zapatos y en ese momento se volcaron todos en ayudarnos a conseguir
nuestro objetivo. Reunimos 36 pares de zapatos que ocupaban dos sacos bastante
grandes y teníamos que llevarlos al hotel antes de las 17h, pero eso no es problema
en India. El tendero cogió la moto, a Esther y a los dos sacos cargados de zapatos y la
llevó al hotel, con la cara de susto que se nos quedó al resto viéndoles alejarse. Pero
lo habíamos conseguido!!! Y la cara de felicidad de Esther no tenía precio.

En un rato habíamos quedado en el lago para cantar mantras con Sarani y asistir a
nuestra primera pooja. Llegamos y allí estaba Sarani con su aura de paz y su
harmonio. Empezamos a cantar viendo la puesta de sol y las lágrimas no tardaron en
asomar. Otro momento más añadido a la lista de momentos reveladores y mágicos.
La pooja no fue menos. Es una ceremonia de agradecimiento o ritual que se celebra
en el lago y se lleva a cabo como una ofrenda para adorar a los dioses. Se recitan los
nombres de todos los dioses hindús a modo de canto, mientras un “happy man”
como le llamábamos, toca una especie de campana. Después te entregan unas flores
y las tienes que tirar al lago dando las gracias y pidiendo un deseo. Entre otros actos
y rituales que no sabría explicar o que si lo hiciera no acertaría con el significado
exacto. Una vez finalizada la pooja nos invitaron a cantar mantras en un templo
cercano al lago. Mientras cantábamos “Sita Ram Jay Jay Ram...” completamente en
trance, y con las lágrimas a flor de piel, menos mi querida Yolanda que parecía un
grifo abierto, el señor de la pooja nos grababa con su cámara con una agilidad y
destreza impresionante. No tardamos en entenderlo, cuando le pidió a Virginia si le
podía hacer una entrevista hablando sobre la Fundación y los viajes solidarios. Y es
que resulta que el señor era un Youtuber famoso en Pushkar!! E iba a editar el video,
con nuestra cara de trance y la entrevista de Virginia para subirlo a su canal!! Video
que a día de hoy tiene más de 16 mil visualizaciones!!! Las risas que nos pegamos
viendo el video el día que lo subió a Youtube, justo cuando llegamos al aeropuerto
de Delhi para volver a Madrid, fueron para recordar de por vida.


Y llegó el miércoles, el día de la entrega! Habíamos separado toda la ropa por
edades, y cargadas de ropa, material escolar, zapatos y juguetes nos fuímos hacia la
escuela. Era el día más importante, y otra vez estábamos nerviosas, emocionadas y
con unas ganas infinitas de ver a esos niños cargados de sueños y entregarles todo lo
que habíamos llevado para ellos. Primero hicimos el baile, que mis queridas
compañeras ensayaron con muchas ganas e ilusión, y que nos salió bordado!!!!
Después nos organizamos, cada una se encargaba de una cosa, la ropa, los zapatos,
llenar las mochilas con lápices, rotuladores, juguetes... Había muchos niños, y
ninguno podía irse con las manos vacías. Al final lo celebramos con una gran fiesta,
música y baile donde la felicidad explotaba por toda la escuela a modo de fuegos
artificiales. Nos despedimos de los niños, ya no los íbamos a ver en el resto de días
que faltaban para volver a España, pero estoy segura que cada una de nosotras se
prometió volver a verles pronto. Les queríamos, habíamos creado un vínculo con
esos niños y ese vínculo, por lo menos en mi caso, sería de por vida.

Por la tarde nos tomamos cada una un rato a solas para pasear, pensar y digerir un
poco todo aquello que estábamos viviendo. El viaje llegaba a su recta final pero nos
prometimos vivir el presente y disfrutar al 100% del tiempo que nos quedaba en
Pushkar, esa ciudad que nos había acogido tan bien y a la que ya considerábamos
nuestra casa.
Al día siguiente visitamos la nueva escuela, a las afueras de Pushkar. Virginia había
plantado unos árboles con los viajeros y viajeras del viaje anterior, y queríamos ver
cuanto habían crecido. Había pocos niños en la nueva escuela, y todavía faltaba
mucho por reformar. Vir nos había pedido en los días anteriores que pensásemos
cada una de nosotras una frase para colgar en el árbol, una frase de consciencia con
el medio ambiente y la importancia de la naturaleza. Hizo unas placas, las llevamos a
la escuela y las colgamos en cada uno de los arbolitos. Como ya era costumbre, nos
recibieron con un delicioso chai y compartimos un rato precioso con los niños. De
vuelta a Pushkar, mientras nos conducían por un camino de tierra situado en medio
de la nada, nos encontramos algo que no esperábamos encontrar allí... Una boda!!!!
Otra, claro! Música a todo volumen y gente vestida de mil colores bailando como si
no hubiera un mañana. ¿Y qué hicimos nosotras? Pues unirnos!!! No podía ser de
otro modo. Nos tiramos del tuk tuk, la gente nos invitaba a bailar con ellos y nos
dejamos el alma bailando en esa carretera de tierra perdida en mitad de la nada.

Por la tarde fuimos al desierto en camello, íbamos a ver la puesta de sol y el trayecto
de ida y vuelta duraba dos horas. No se si era sensación mía pero el camello al que
me subí o era muy mayor o tenía artrosis... porque los meneos que me daba no eran
normales. (Como si yo me subiera a un camello todos los días y supiera como
andan....) Yuliana, nuestra querida peruana a quien todo el mundo confundía por sus
rasgos con una india, iba encabezando la fila. Llegamos a nuestro destino, donde
íbamos a ver la puesta de sol. La verdad es que vimos una puesta de sol preciosa,
aunque el camino había sido agridulce. El camino estaba lleno de chabolas, niños
medio desnudos, sucios, con heridas, pidiendo... nos sentimos como turistas
utilizando a unos camellos siendo explotados, pero teníamos que asumir la realidad.
Era su manera de ganarse la vida, su cultura. Esa gente no tenían nada y tenían que
comer. Esa noche cenamos todas juntas, a pesar de los resfriados de algunas y
cansacio acumulado de todas, era nuestra última noche en Pushkar. Nos queríamos
despedir de Sarani, que iba a quedarse en India durante dos semanas más, y
necesitábamos compartir esa última noche juntas, en una de las tantas terrazas
preciosas donde solíamos pasar algún rato del día, y donde, como no podía ser de
otra manera, vimos desfilar otra boda por la calle principal.

Y desgraciadamente llegó el último día... nuestro último día en Pushkar. Pero todavía
quedaban muchas horas hasta las 23h y teníamos que aprovechar bien el día.
Fuímos a visitar otro centro de discapacitados, este era muy pequeñito y estaba en
el centro de Pushkar. Pertenecía al mismo grupo que el que visitamos en Ajmer. De
nuevo nos recibieron con un maravilloso chai, les entregamos ropa, material escolar
y juguetes, pasamos un rato con los niños, jugamos con ellos, bailamos con ellos, y
lloramos.... Lloramos mucho. Esos niños son ángeles, nos traspasaron el pecho y nos
tocaron el corazón con la mano, casi de manera literal.

Por la tarde habíamos quedado de nuevo con Sarani para cantar mantras en el lago,
asistir a la pooja y despedirnos de Pushkar. Y allí apareció una sorpresa más de las
tantas que Virginia había llevado guardadas durante tantos días. Había comprado
unas lámparas de papel voladoras para todas y cada una de nosotras, incluso había
comprado de sobra, y menos mal porque el primer intento fue bastante nefasto para
muchas y no conseguimos hacerlas volar, pero lo intentamos de nuevo con la gente
de allí que nos explicó como se hacía y a la segunda lo logramos! Volaron muy alto
en la noche por encima del lago y nos emocionamos como niñas.

Con esa emoción que nos acompañaba volvimos al hotel para preparar las maletas.
A las 23h nos recogían para llevarnos a la estación de tren. Como cupimos en las dos
mini furgonetas, todas nosotras con nuestras respectivas maletas todavía no he
logrado entenderlo a día de hoy. Nos esperaban 6 horas de tren-cama, sin duda una
experiencia que teníamos que vivir, y que a nuestra millenial del grupo le costó una
buena hostia en la rodilla al tirarse de la cama pensando que se había quedado
dormida y que nos habíamos bajado del tren sin ella. A eso se sumaban 6 horas más
de espera en el aeropuerto de Delhi y 9 horas de vuelo hasta Madrid. La vuelta se
hizo larga, pero lo mejor de todo era que todas esas horas todavía seguíamos
estando juntas, recordando momentos, compartiendo risas, abrazos y te quieros.

Lo que habíamos compartido era una vivencia única, mágica y espiritual, que sin
dudarlo nos cambiaría la vida a todas. Nos habíamos visto la cara por primera vez
hacía 15 días, y cuando pisamos Madrid se nos hacía muy difícil despegarnos. Pero
una cosa estaba segura, nos llevábamos unas amigas para toda la vida, de eso no
había duda, y saber eso nos dejó un poco más tranquilas.
Como nos dijo “la princesa de Pushkar”, el viaje empezaba ahora, y así fue.
A todas y cada una de mis compañeras de viaje, a Virginia y Sarani, GRACIAS INFINITAS
POR VUESTRO AMOR.

Y a tí que has leído estas páginas, espero haberte transmitido tan solo un poquito de
lo que ha sido para mí esta experiencia de vida.
​
Dhanyevad.
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    Autor

    Virginia Toledo
    CEO Made in Tarifa
    Belen  Muñoz Naranjo
    ​Periodista 

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